21/11/2015 in Pensamientos

AULA DE CULTURA DEL CENTRO PENITENCIARIO SEVILLA 1

Esta tarde, por invitación de Francisco Caracciolo, estuve en el Centro Penitenciario Sevilla 1, con los voluntarios de Solidarios para el Desarrollo, que todos los viernes realizan actividades relacionadas con la cultura en el aula habilitada para ello. La intención era hablar de literatura y del oficio de escribir, pero derivamos charlando de libertad y de libertades, de sueños y ensoñaciones, de utopías, de destinos, de igualdades y desigualdades.

He encontrado a hombres afables que sobrellevan su condena con dignidad. Curiosos, inquisitivos, familiares, cuidadosos en sus diligencias. Muchos nacieron y crecieron en entornos diferentes al mío. Y carecieron de mi suerte, pero todos nacieron en mi mundo. En los ojos de algunos aprecié ese estigma de melancolía que el fracaso deja sobrenadando en la mirada de los perdedores, como un rastro de caracol alejado ya del presente.

Coincidimos en la necesidad de soñar y alimentar los sueños. Un soñador podrá ser un marginado, pero jamás un cautivo. El mundo evoluciona porque la gente sueña con mejorarlo; sin soñadores, estaríamos aún en las cavernas. No es perfecto el mundo, no, pero entre todos podemos repararlo, regenerarlo, reconducirlo con paciencia hacia la justicia, en el más amplio sentido de la palabra, y para ello es preciso alimentar las utopías. Intentar cultivarlas a diario.

Al venirme, un señor mayor me regaló un grano de arroz chino, afilado y negro, como la punta de una aguja. También una lenteja china, muy pequeña y anaranjada, como una luna llena empequeñecida por la distancia, como el hálito de un sueño que alguna vez fue grandioso como un sol. Mañana sembraré esos recuerdos. Germinarán, estoy seguro.




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